Después de sus grandes éxitos anteriores (Primer pecado mortal, El sexto mandamiento), Sanders nos relata ahora con esa prosa apretada y certera, la historia de Zoe Kholer. La vida de esta mujer ocupa, dentro de la saga de las caidas que se ha planteado el autor, El tercer pecado mortal. Un mismo nombre femenino Sirve para presentarnos dos personajes, dos caras contrapuestas, y no sabremos hasta la última línea, al igual que no lo sabe la protagonista que alberga esas dos opciones agónicas, cuál de ellas borrará a la otra, cuál es
la verdadera Zoe.
Mujer ya cerca de los cuarenta años, es una pulcra, metódica, obsesiva empleada de hotel, divorciada y devota de rutinas tan comunes a los habitantes de una inmensa ciudad como es Nueva York: la ronda de las pastillas para dormir, para despertarse, para poder seguir viviendo.
De su matrimonio le ha quedado un recuerdo agresivo, de allí tal vez el orden, la pulcritud, la limpieza que impone a sus días. Nadie miraría a Zoe, en realidad nadie la mira ni la recuerda en medio de esa jungla.
Pero engañoso. Desde hace un tiempo esa insignificante mujercita es famosa, sus actos se comentan y más aún, es temida.
Es la Zoe que nace con las primeras sombras sólo unos pocos dias al mes; y es la mujer a tono con la agresividad de su ciudad, vestida con extravagancia, maquillada con la maestría de las que están acostumbradas a llamar la atención, se convierte en una deseable compañía. Pero esta Zoe elige para vivir su transformación un escenario semejante al cotidiano: otro hotel donde los que buscan el trueque que ella ofrece, unas horas de amor, encuentran una muerte con mutilación, también ésta prolija, sin huellas, con la limpieza que proporciona el cortaplumas que utiliza. Y todo vuelve a ser igual hasta el mes siguiente. «La degolladora de los hoteles», un mismo tipo de mundo para una misma mujer, tiene ahora a un detective retirado en su búsqueda. El ha descubierto la huella femenina, la mano debmujer entre tanta sangre.
Asesina y detectives carecen de método riguroso, hay un azar que marca las acciones de ambos y el autor, que encadena una serie de escenas perfectas, hace planear sobre ellas su tradicional Ironía y nos sumerge en un final inesperado en el que también el lector ñ participa en ese juego de azar y desconocimiento qué marca a los protagonistas: Zoé Sólo intuye, el detective sólo sospecha, el lector sólo conjetura, el autor deja la respuesta en nuestras manos.