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Donde crece el peligro
0«Este libro repite, recordando a Homero, que donde hay una cicatriz hay una historia. Que el corazón, esa víscera, es también una metáfora. Que cuando nos exigen triunfar y ser bellos y ser ricos y rezar de rodillas, mucha falta nos hace un hereje desdeñoso que nos enseñe a marchar en sentido contrario. Que no hay pintor que no sepa que un pincel también saca sangre, que la belleza es un arma, la felicidad, una fortaleza y el amor, una fuerza capaz de demoler imperios. Que cuando el mar de la vida está a punto de ahogarnos, cuánta falta nos hace un verso milagroso que nos ayude a convertirnos en un barco e irnos a jugar con las tempestades».
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En busca de Bolívar
0Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo. La América Latina se apresuró a convertir en mármol aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hubo plaza que no estuviera centrada por su imagen, civil y pensativa, o por su efigie ecuestre, alta sobre los Andes. Por fin en el mármol se resolvía lo que en la carne pareció siempre a punto de ocurrir: que el hombre y el caballo se fundieran en una sola cosa. Aquella existencia, breve como un meteoro, había iluminado el cielo de su tierra y lo había llenado no sólo de sobresaltos sino de sueños prodigiosos.
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Pondré mi oído en la piedra hasta que hable
0“Se expuso al pasmo de las lunas y a la insolación en los desiertos de salitre, a vendavales y tormentas eléctricas, vivió aguaceros interminables bajo las enramadas de la selva, probó la electricidad de los gimnotos y succionó venenos de serpiente, estuvo a punto de ahogarse en los raudales del Orinoco y en las tormentas de Barú, sintió el abismo desde el lomo de las mulas en los desfiladeros del Quindío, afrontó los escorpiones del Cauca, las ranas venenosas de Dagua, las noches de mosquitos del Magdalena, y no solo volvió más fuerte a Europa, sino que disfrutó por décadas de una salud tan envidiable, que hubo quien pensó que aquel baño de peligros lo había inmunizado contra la muerte”. En esta apasionante novela, con una curiosidad y una maestría comparables a las de su protagonista, William Ospina le sigue el rastro al Humboldt que viajó por nuestras tierras: “Seres así muy posiblemente marcan el fin de una época y el inicio de otra, y Humboldt configura no solo una aventura científica sino el comienzo de una mitología que apenas adivinamos”.