Descripción
La guerra ha vuelto entre nosotros. Casi la habíamos olvidado. Durante cincuenta años, la garantía de una muerte nuclear para todos mantuvo a raya la guerra. Quizás el miedo ya no sea el único antídoto contra la guerra. Siguiendo el ejemplo de la construcción europea, los países buscan la paz vinculándose estrechamente entre sí mediante reglas e intereses comunes. Como si la guerra pudiera quedar atrapada en la red de la integración a través del derecho y la economía. Esta esperanza es en vano. Porque de ahora en adelante las guerras no nacen del poder de los Estados, sino de su debilidad. El desafío para la paz es la legitimidad de los Estados: en muchos países, no encarnan a nada ni a nadie. A falta de Estados que simbolicen la evidencia de estar juntas, las naciones recurren a una identidad exacerbada, fragmentándose en nuevos Estados: en treinta años, su número se ha duplicado. Y las normas del derecho internacional y los beneficios de la economía global apenas les conciernen. Nuestra concepción de la guerra, forjada a lo largo de siglos de conflictos de soberanía, ya está resultando inadecuada para estas guerras de legitimidad. La multiplicación de éstos nos impone una prioridad: consolidar Estados legítimos, los únicos capaces de trazar el destino de aquellos a quienes representan. De no ser así, la desintegración de los Estados garantizará un futuro brillante para la guerra.
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